Cuarentaycuatroveinticuatro

Silencio. Silencio en la plaza. La pantalla flamea por la promesa de tormenta que el cielo se empecina en afirmar con su morado. 44-24. Abrazo. Risa. “Ganamos”, dicen.
¿Se puede entender como una victoria algo que debería ser un derecho? Triste. Pero si, se entiende como una victoria un derecho conseguido. Los derechos no son victorias.
Cuidado, no vendamos lo que nos corresponde como una victoria. Ahora es nuestra la palabra y, para empezar, también es nuestro el deber de llamar a las cosas por su nombre. Mierda a la mierda, lluvia a la lluvia, derecho a los derechos, victorias a los triunfos.

No es un triunfo lograr vetar una ley de la dictadura 28 años después. Es una muestra más de lo lejos que estamos de entender aquellos años.
La lucha, la constancia, dan la sensación de victoria. Pero no. No es una victoria, es justicia. Es un coto a lo inadmisible.
No hay héroes en ésta ley. Hay participantes. Están quienes llevaron adelante el proyecto y quienes se opusieron. No hay héroes, tampoco enemigos. Los héroes los fabrican quienes fueron afectados por la nueva ley. Los héroes son inalcansables, impolutos, supremos, perfectos. Por eso no existen.
Aquella noche se entendió como una victoria. Y lo que se vendió como un proyecto plural terminó resumido en una marcha peronista, dedos en V y Perón Perón, sos el primer trabajador. Lejos de representar a muchos de los que estábamos ahí esperando el resultado.

No, Perón. Gracias, pero no. No es victoria. Es derecho. No es Perón, somos todos.
Digamos las cosas por su nombre. Entonces, lo que habría que pensar después de la ley, es cuánto falta. Mucho.

Como reza Armando Tejada Gómez: “Hay que ser consecuente con la furia”

Sin utopías el mundo no tendría ningún sentido.